A pesar de llevar años de bloguero, miles de lectores, cientos de páginas escritas, y decenas de conferencias un día te encuentras bloqueado, con pánico escénico… solo que como no estás en un escenario la presión no te induce al desmayo como a Sabina; pero desde luego se te atasca la pluma o la tecla. Tu escribías sobre ciencia y escepticismo (a veces con un toque de humor), por eso hay textos tuyos en este blog ¿no? Por tanto habrá que aproximarse a ese problema de forma científica, comenzando por buscar literatura y por preguntar a los amigos.
Un diagnóstico no cura la enfermedad, pero es un primer paso. Las palabras son asas que se le ponen a los conceptos para poderlos manejar (1), y resulta que una parte de ese pánico escénico tiene nombre, se llama “síndrome del impostor”.
Se trata de un fenómeno psicológico que impide al sujeto interiorizar sus propios logros. A pesar de las pruebas externas de su competencia, sigue convencido de que se trata de un fraude, y que no merecen esos éxitos. Estos éxitos se minusvaloran con argumentos como la casualidad, haber estado en el lugar adecuado en el momento adecuado, y cosas así. Aunque no se considera un trastorno psicológico, y por lo tanto no está recogido en los catálogos correspondientes, es un problema significativo.
Curiosamente (o quizá no tanto) este síndrome lo sufren especialmente personas pertenecientes a grupos tradicionalmente discriminados: mujeres, minorías étnicas o estudiantes de doctorado. Y lo de los estudiantes de doctorado no es una broma (ver aquí o aquí), de hecho algunos de ellos lo han redescubierto y relatado (como ejemplos magníficos véanse este o este).
Y es que la percepción adecuada de la propia competencia es un asunto difícil, y del mismo modo que se puede caer en la infravaloración infundada, también se puede caer en lo contrario y percibir la propia capacidad muy por encima de la realidad. A esto se le conoce como “efecto Dunning- Krugger” tras los experimentos publicados en 1999 por David Dunning and Justin Kruger, de la Universidad de Cornell. Mejor dicho, el efecto Dunning – Krugger va un paso más allá, establece que en un grupo los peores son los menos conscientes de su incompetencia. Y esto vale para un grupo de estudiantes, trabajadores o escritores o lo que sea, y se han replicado los experimentos en diversas ocasiones.
Preguntados un montón de exitosos blogueros (todos colaboradores de Naukas) sobre esta cuestión, en particular sobre el síndrome del impostor, se ofrecieron diversos relatos personales y estrategias para salir de el. Aunque no sean infalibles, quizá una combinación adecuada pueda ayudar. De forma muy sintética (y anónima), la lista de consejos sería la siguiente:
- Concitar una presencia de ánimo que tiende a producir sudor genital.
- “Quitarse la túnica”, esforzarse por salir del paradigma de las expectativas que generan tus etiquetas (título, actividades pasadas, etc)
- Relativizar la presencia de los que te imponen (el viejo truco de imaginárselos cagando, por ejemplo)
- Relativizar el sentimiento por recurrencia, desde que murió Einstein (o el ídolo máximo que uno tenga) ya no se podría escribir más.
- Relativizar el sentimiento por paradójico: no podemos escribir todos peor que la media (menos aún peor que todos)
- Escoger el tema y el enfoque en el que uno se sienta, si no el más experto, al menos suficientemente cómodo.
- Coleccionar borradores inacabados.
En el otro extremo de la gráfica, unos pocos recalcitrantes resisten impertérritos cualquier argumento, cualquier prueba. Además de mantenerse en su postura inicial, se sienten insultados por los intentos de razonamiento. Ahí todo esfuerzo es vano, y se aplica la Ley de Armentia (o de los cojonesmanuel): En cuanto alguien es tachado de prepotente en público, ES prepotente. Corolario: Cualquier intento de contrarrestar con argumentos ese insulto será percibido como la reacción de un prepotente.
Todo lo anterior podría encajar en un modelo ecológico de la divulgación, un entorno en el que hay muchos tipos de comunicadores y muchos tipos de receptores de la comunicación. Ahí cada uno ha de encontrar un nicho acorde con sus conocimientos, sus expectativas y sus gustos. Uno ecosistema en el que no sobra nadie. En fin, aun conscientes de que «Con lo que no sabemos los que estamos aquí, se pueden escribir bibliotecas nacionales enteras» (2), esperemos que estas reflexiones puedan ser de utilidad para alguien.
Disclaimer: Aunque lo aquí relatado procede de la lista de correos de Naukas, todo ha sido reinterpretado libremente por el autor y nadie más es responsable de cualquier error.
Notas:
(1) Frase tomada de un vídeo de VSauce
(2) Frase oída por Javier de la Cueva a Antonio Lafuente