En multitud de ocasiones te ves en conferencias sobre cómo hacer una buena presentación en las que la presentación es horrorosa (*), lecciones sobre hablar en público con una dicción lamentable, clases sobre las metodologías activas de enseñanza impartidas tras el escritorio, conferencias sobre emprendedurismo dictadas por funcionarios de toda la vida, empresas que venden nuevas relaciones líquidas y organigramas planos dónde los empleados han de respetar horarios y jerarquías a rajatabla, profesores de la pública que llevan a sus hijos a la privada, ...
Hace tiempo comentábamos sobre el oxímoron profesional con ejemplos como el bombero pirómano, el científico mentiroso o el cura pederasta. En estos casos la actuación antagónica con la profesión se realiza a escondidas, de manera que cara al público uno es un profesional normal y es en la intimidad cuando se pasa al lado oscuro fomentando lo que combate en la faceta pública. En estos nuevos ejemplos el oximoron va un paso más allá y los términos contradictorios se producen a la vez, en el mismo lugar y momento. Con el texto hablado se pretende enviar un mensaje y con los hechos se manda otro, no solo diferente, sino opuesto.
Este exhibicionismo descarado en la contradicción no lo puedo entender. No es que los otros casos sean evidentes, pero algo hemos ido avanzando en su comprensión (1, 2, 3). Sin embargo el oxímoron profesional de baja intensidad, no por cotidiano menos obsceno, no se me ocurre de dónde viene. Quizá de la mediocridad y lo que pasa es que las personas no perciben la contradicción (igual hasta les gustan esas horribles presentaciones sobre hacer presentaciones). Quizá se deba a la sorprendente capacidad de las personas de creer en una cosa y su contrario (4, 5). Sea como sea me resulta muy repulsivo y cada vez lo tolero peor, supongo que es un síntoma (más) del camino de la vejez.
(*) La figura adjunta es una creación propia que intenta bromear con una portada de presentación sobre cómo hacer una presentación con contraejemplos horrorosos.
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