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miércoles, 29 de agosto de 2012

Apagar la radio para que todo siga igual


Apago la radio harto de escuchar interpretaciones absurdamente interesadas de una realidad en descomposición. Mientras desayuno tranquilamente tomo conciencia (seguramente no por primera vez) de la impresionante transformación social a la que estamos asistiendo. Luego miro por la ventana y todo sigue como siempre, se respira una inmensa paz.

Siempre me he preguntado cómo se sentirían los ciudadanos poco antes de las guerras. Cómo se sentía un Serbio de a pie cuando su presidente mandó los tanque a Croacia. Cómo se sentía un alemán cuando los nazis empezaban a pintar los comercios judíos de su barrio. Creo que hoy empiezo a entenderlo. Cuando mis nietos me pregunten que hacía yo mientras se desmoronaban todos los principios del estado europeo, nacidos del sufrimiento del siglo XX con sus dos guerras y todo, sólo podré ponerles otros ejemplos históricos y decirles que, en cuanto apagabas la radio todo parecía seguir como siempre.

Hace 30 años fui con unos amigos a la procesión de los borrachos, un curioso y masivo festejo de la semana santa conquense. Allí, rodeado de miles de personas, un chorizo me tomó del brazo y, sin siquiera una navaja, me quitó el abrigo y el dinero y me dio un tremendo puñetazo. Mi madre siempre me había prevenido de ir por lugares oscuros y solitarios, así que nunca pensé que el centro de una multitud pudiera resultar tan peligroso. Ante tanta gente todos se sienten espectadores, y aunque decenas de personas ven cómo te están atracando, ninguno se siente concernido. Siempre hay otro más fuerte, más cerca, más lo que sea que hace que en mi mente sea ese otro el que debería actuar, pero “el otro” de todos es… nadie.

Así que aquí estamos, legiones de observadores sorprendidos, con una la sensación de que la cotidianidad no termina de cuadrar con la catástrofe que sabemos que está ocurriendo, y esperando que sea otro el que haga algo. Esperando a que, como si de una gripe se tratara, pase un poco más de tiempo y nos curemos. Convencidos de que tras la enfermedad estaremos igual de fuertes que antes. Supongo que aquellos ciudadanos rasos que no terminaron de entender cómo había comenzado la guerra en la que estaban inmersos también asistirían sorprendidos a su final. Al apagar la radio tras escuchar el parte, aliviados, comprobarían que no habían pasado una gripe, sino una transformación tras la que nada sería lo mismo.

La foto está tomada de aquí

viernes, 24 de agosto de 2012

La vuelta a la edad media para felicidad de todos

Estos días nuestro ínclito ministro de Educación y Cultura se descuelga con una defensa abierta de la educación segregada por sexos, cuestionando incluso las sentencias del Tribunal Supremo. Probablemente cuando se votó al Partido Popular para que nos sacara de la crisis pocos pensaban que escondiera dentro un programa tan reaccionario en lo social. Quizá no tanto, pero desde ahí se esperan ese tipo de cosas.

Lo que no me esperaba yo es tener que llevar a los hijos mayores a colegios separados mientras al pequeño se le escapa la mierda (con perdón) a través de un pañal de tela. Renunciemos a años de I+D, al avance de los geles absorbentes, cierres de velcro y perneras ajustables. Los pañales actuales son maravillosos para los padres y para la piel de los bebés. Sin embargo la OCU presenta un estudio en favor del pañal de tela. Que eso suponga más agua y más energía (porque obviamente hay que lavarlos) es algo que "podría" ocurrir según el estudio, vamos que no lo han calculado. En cambio el coste de inversión supone un "ingente" ahorro de 600 euros a lo largo de dos años y medio, que viene a ser el tiempo que los niños llevan pañales. De la incomodidad para padres e hijos y del sobreesfuerzo para los padres sólo se dice que "no está socialmente aceptado".

Sería necesario un estudio muy detallado de costes ambientales enfrentando la producción de unos y otros, el consumo total de agua y energía y los desechos generados para reclamar una disminución de la calidad de vida como la que este cambio supone.

El tema del medio ambiente mal entendido se nos está yendo de las manos mucho. Una gran parte de lo que se hace es inútil o hasta pernicioso, como la mayoría del papel reciclado, cuyo proceso de blanqueado es enormemente polucionante. Eso si, todo sea en aras de quedarnos individualmente con la conciencia satisfecha. La llamada al pañal de tela va un paso más allá: no sólo hagas gestos medioambientales sin coste (el papel reciclado cuesta igual que el nuevo), necesitamos que sufras por el medio ambiente.

A mi eso de sufrir para el beneficio de una entidad ilusoria (porque ese no es el medio ambiente de verdad) me recuerda mucho a la mitología que se profesa para segregar la educación de los niños en contra de todo estudio científico (y legislación vigente). Entre los unos y los otros nos devuelven a la edad media y se quedan tan satisfechos.

Pseudo-disclaimer: Esta entrada se aleja un poco de la línea habitual del blog, más ponderada y llena de referencias, pero qué le vamos a hacer, también habrá que desahogarse de vez en cuando ;-)

jueves, 23 de agosto de 2012

Presentación sobre el efecto Doppler

Esta tarde me han invitado a dar una charla en el "Learn and Teach" (twitter, blog), una iniciativa que ponen en marcha estudiantes de instituto (del Plaza de la Cruz en concreto) y algunos egresados para darse clase mutuamente. Se trata de que cada uno cuente a los demás lo que más domine y más le haya gustado, que "los de ciencias" aprendan lo que no les han enseñado "de letras· y viceversa. Este año nos permiten a unos pocos profesores dar alguna charla. Yo ante una iniciativa tan estupenda me apunto a lo que quieran. De momento me piden esto, ya veremos que tal resulta.

Por cierto, la charla será esta tarde a las 19:30 en la Casa de la Juventud (en Larrabide), y es abierta a quien quiera asistir. A continuación os dejo las transparencias que he preparado (y pienso empezar con éste vídeo, aunque está mucho mejor en versión original)

miércoles, 22 de agosto de 2012

Una corona en el cielo de Compostela

La semana pasada compartíamos unos días con @Xurxomar en sus dominios compostelanos cuando, camino de algún restaurante exquisito, nos encontramos con una nube de colores. Una nube tenue que iba desplazándose con el viento, mientras que las franjas de colores quedaban prácticamente en el mismo sitio.

Se trata de un fenómeno bien conocido de óptica atmosférica denominado corona (o "nube iridescente" cuando no se aprecian anillos completos). El origen de éste fenómeno está en la difracción de la luz en las pequeñas gotas de agua que componen la nube.

El fenómeno atmosférico por excelencia, con el que nos familiarizamos desde los cuentos infantiles, es el arco iris. En ellos la luz del sol incide en gotas, bastante más grandes que las que forman las coronas (mucho más grandes que la longitud de onda de la luz), y se separa en los distintos colores que la forman por refracción. Todos los colores se "tuercen" como el lápiz en el vaso de agua que viene en todos los libros de texto, pero con distinto ángulo cada uno. En el caso de la corona no ocurre esto, aquí las gotas son mucho más pequeñas, acercándose al "tamaño de la luz" (su longitud de onda), de forma que no penetra en ellas como lo hace en un prisma. Necesitamos otro modelo, otra forma de aproximarnos a la comprensión de la interacción de la luz con esas gotitas, es el fenómeno denominado difracción de la luz.


Cuando las ondas (la luz o cualquier otra) se encuentran con un obstáculo o una rendija, los puntos del borde se convierten en emisores de la misma onda, lo que trae como resultado que los rayos se curven, "bordeando" el obstáculo. En eso consiste la difracción. En la nube, formada por un montón de pequeñas gotas, cada una reemite por difracción la luz que le llegaba. Es como si los rayos del sol rebotaran en cada gota en todas direcciones. Luego, en su camino hacia el ojo con el que miramos, unos rayos interfieren con otros y se anulan y otros se refuerzan. Si en mi ojo coinciden los máximos de las ondas emitidas por unas gotas con los mínimos de otras, el resultado es que se anulan y no veo esas ondas. En otros casos coincidirán máximos con máximos, con lo que esas ondas se refuerzan y se ven más intensas. Es la combinación de esos dos efectos: reemisión por cada gota más interferencia, la que hace que en unas direcciones veamos rojo y en otra amarillo.

En el caso de tener una extensión muy grande de gotas todas iguales y uniformemente distribuidas, el resultado de este fenómeno son unos anillos concéntricos al rededor del sol cuyos colores y tamaños se pueden calcular. Cuanto más pequeñas son las gotas más separados están los colores y se ven más nítidos. Los tonos pastel de nuestra nube compostelana indican que no eran tan pequeñas las gotas. Si las gotas tienen tamaños o espaciados más inhomogéneos, también lo serán las zonas de color, desapareciendo las franjas definidas. En esos casos en los que solo quedan borrones de color es cuando se denominan nubes iridescentes.

Pasar junto a un edificio alto que nos tapaba el sol directo, mejor aún con sus gárgolas, fue providencial ya que la luz directa deslumbra e impide ver las coronas o nubes iridescentes, lo que hace que sea más fácil verlas alrededor de la luna.

La foto la hizo Xurxo. A él y a Eli les agradezco la ocasión de ver la corona y todos los demás momentos maravillosos que nos proporcionaron.

Documentación: