Un refrán clásico dice que “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, un refrán que parece ser que es muy antiguo, y que hace referencia a que no se puede fingir lo que en realidad no se es, y que el atrezzo, los elementos auxiliares, no ayuda en este pretensión. Sin embargo esto no siempre es así, como lo corrobora un famosísimo experimento del que justo hoy se conmemora el 40 aniversario. La idea general consiste en dividir al azar a un colectivo (estudiantes en el experimento) en dos grupos y asignarles roles diferentes: carceleros y presidiarios. A los 6 días hubo que suspender el experimento porque los participantes se habían metido tanto en su papel que la violencia y la crueldad habían pasado de lo tolerable (hay un montón de literatura respecto del experimento y otros parecidos para conocer detalles). Del experimento de la cárcel de Stanford se concluye que el hábito si hace al monje, que un estudiante (hippy y pacifista en su vida anterior) se convierte en un carcelero cruel con un poco de atrezzo.
Aún así, los refranes de la mona y del monje tienen sentido en muchas situaciones, probablemente en la mayoría. Si al mismo estudiante se le viste de traje y se le manda a un juicio con un maletín no se convierte en abogado en 6 días. No conozco estudios científicos que clarifiquen en que situaciones lo importante es la persona, el monje, y en cuales el entorno, el hábito (aunque seguro que los hay). Aún así me arriesgaría con un par situaciones en las que parece bastante obvio, podríamos denominarlas “la clase política” y las “reuniones de vecinos”.
Es evidente que los políticos no constituyen una clase social, sin embargo el papel que juegan hace que se les perciba así prácticamente en todos los países y a los de todos los partidos. Parece que la obra de teatro del poder tiene unos rasgos más universales aún que el propio sistema de gobierno en que se concreta. Es como una obra de teatro en la que los papeles están ya escritos; quien sea que le toque representar al político se vestirá elegantemente, irá en coche con chófer, tomará decisiones (que siempre dejarán gente insatisfecha), hablará en público con convencimiento, se reunirá con otros políticos, etc. Un conjunto de acciones que le identifican con la “clase política”.
Lo mismo pasa con las reuniones de vecinos (vale aquí los claustros de profesores, los consejos de departamento y muchas otras reuniones de “iguales”), da igual de qué comunidad y del tema del que se trate, todas parecen la misma: aburrida, verborréica, conflictiva y poco eficiente en la toma de decisiones. Cuando uno pensaba que “la mosca cojonera” era una persona concreta, abandona el grupo y su puesto es ocupado por otro en un par de reuniones. Ese papel no puede quedarse sin actor que lo desempeñe.
Visto así, se entiende que cambiar las personas cambie muy poco las dinámicas. En estas situaciones en las que la obra de teatro es más poderosa que los actores no es muy relevante que el Director del departamento (o presidente de la Junta de vecinos) sea fulano o mengano. Tampoco cambiar los componentes de la “clase política” es efectivo, lo que hace falta es reescribir la obra de teatro. Lo que no es nada evidente es cómo se consigue eso, porque en este caso no se puede hacer como en el experimento de la cárcel de Stanford y suspenderlo.
Aún así, los refranes de la mona y del monje tienen sentido en muchas situaciones, probablemente en la mayoría. Si al mismo estudiante se le viste de traje y se le manda a un juicio con un maletín no se convierte en abogado en 6 días. No conozco estudios científicos que clarifiquen en que situaciones lo importante es la persona, el monje, y en cuales el entorno, el hábito (aunque seguro que los hay). Aún así me arriesgaría con un par situaciones en las que parece bastante obvio, podríamos denominarlas “la clase política” y las “reuniones de vecinos”.
Es evidente que los políticos no constituyen una clase social, sin embargo el papel que juegan hace que se les perciba así prácticamente en todos los países y a los de todos los partidos. Parece que la obra de teatro del poder tiene unos rasgos más universales aún que el propio sistema de gobierno en que se concreta. Es como una obra de teatro en la que los papeles están ya escritos; quien sea que le toque representar al político se vestirá elegantemente, irá en coche con chófer, tomará decisiones (que siempre dejarán gente insatisfecha), hablará en público con convencimiento, se reunirá con otros políticos, etc. Un conjunto de acciones que le identifican con la “clase política”.
Lo mismo pasa con las reuniones de vecinos (vale aquí los claustros de profesores, los consejos de departamento y muchas otras reuniones de “iguales”), da igual de qué comunidad y del tema del que se trate, todas parecen la misma: aburrida, verborréica, conflictiva y poco eficiente en la toma de decisiones. Cuando uno pensaba que “la mosca cojonera” era una persona concreta, abandona el grupo y su puesto es ocupado por otro en un par de reuniones. Ese papel no puede quedarse sin actor que lo desempeñe.
Visto así, se entiende que cambiar las personas cambie muy poco las dinámicas. En estas situaciones en las que la obra de teatro es más poderosa que los actores no es muy relevante que el Director del departamento (o presidente de la Junta de vecinos) sea fulano o mengano. Tampoco cambiar los componentes de la “clase política” es efectivo, lo que hace falta es reescribir la obra de teatro. Lo que no es nada evidente es cómo se consigue eso, porque en este caso no se puede hacer como en el experimento de la cárcel de Stanford y suspenderlo.
He sabido de la efeméride por la criminóloga @NahikariSanchez. Y la imagen está tomada de aquí.
...reescribir la obra.
ResponderEliminar¡Casi nada!
Estupendo el post.
Muchas gracias! :-)
ResponderEliminar