Tengo un tío historiador, y un día de este verano le acompañé al archivo al que tiene por costumbre ir a diario. Mientras él revisaba los documentos que metódicamente se había preparado me dediqué a escudriñar rincones. En una esquina encontré un cartapacio que me llamó la atención, llevaba inscrito "SGMCE". Me llevó un par de horas leer los distintos papeles que allí había, pero al final conseguí hacerme una idea de lo que trataba el asunto; paso pues a resumirlo.
En 1470 hubo un importante revuelo protagonizado por los monjes copistas. Hasta entonces los libros eran difundidos a través de las copias manuscritas de monjes y frailes dedicados exclusivamente al rezo y a la réplica de ejemplares por encargo del propio clero o de reyes y nobles. Así, cuando se difundió la noticia de que un herrero alemán había empezado a fabricar biblias en serie se generó una gran preocupación. Algunos monjes consideraban que eso sólo podía ser un invento del diablo, y que su generalización acabaría definitivamente con los libros. A fin de cuentas durante una buena porción de siglos los libros eran objetos de calidad hechos a mano, y los autores los escribían sabiendo que iban a ser leídos por un número muy limitado de personas verdaderamente cultas, con capacidad económica para encargar copias y verdadero interés en su trabajo. ¿A quién le iba a interesar escribir textos que se produjeran automáticamente? Esos libros estarían al alcance de centenares, quizá miles de personas, muchos incapaces de comprenderlos. Sin duda los autores se ruborizarían ante tal posibilidad y su producción menguaría, quizá despareciendo. Por otro lado ¿para qué podría querer libros tanta gente? Si en muchos casos ni siquiera los monjes que transcribían los libros eran capaces de leerlos, mucho menos la plebe.
Los monjes reactivaron una asociación que existía desde tiempo atrás. Conocida vulgarmente como societate generalis, su nombre completo se traduciría hoy como Sociedad General de Monjes Copistas de Europa. Escribieron cartas a reyes y nobles, aunque centraron su capacidad de presión especialmente en el Papa de Roma, en quien encontraron una muy buena acogida. Aunque todos los documentos públicos hacían referencia a la difusión de la auténtica cultura y al bien de la sociedad en general, hay algunas cartas que traslucen el interés del Papa en que no se extendiese la capacidad de fabricar libros con la intención de poder controlar su difusión, así como el interés de los monjes en mantener su ocupación, su empleo.
El último documento del cartapacio estaba muy dañado y era apenas legible. Era una carta, probablemente del Papa dirigida a un tal Baptistus (presumiblemente un alto cargo de la SGMCE) en la que se habla de la próxima aprobación de una encíclica con la que pretendían impedir la proliferación de esas máquinas infernales. La encíclica comienza con la expresión sine deus (abreviadamente "sinde") y lamentablemente no se puede leer el texto. Tampoco sabemos como acabó la historia en los siguientes años. Si que sabemos como concluye la historia a siglos vista.
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PS. Por si alguien lo dudaba, esta historia es pura ficción, y cualquier coincidencia con la realidad es pura coincidencia. Sólo es verdad que tengo un tío historiador, pero ni siquiera le he acompañado nunca al archivo. Por cierto, la imagen es una adaptación de una encontrada aquí.
se non è vero, è ben trovato...
ResponderEliminar¡Bravo! Debo confesar que me he tragado la historia como verdadera casi hasta el final. Da para escribir una ucronía satírica :-)
Lo de la encíclica "sine deus" es pa mear y no echar gota ....
Saludos. Seguro que me reconoces ;-)
Coño Manolo, cuanto tiempo!! A ver si una vez que vaya por Madrid tenemos ocasión de echar unas cervezas por los viejos tiempos. Por cierto, gracias por los comentarios.
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