Qué extraña sensación produce la gente metida en su realidad
virtual. Con los ojos escondidos tras una caja, las manos hacia adelante
y un andar torpe; sonámbulos actuando en un mundo que no percibimos.
Nuestra teoría de la mente está literalmente fuera de juego. Al no estar
en el mismo mundo que la otra persona somos incapaces de ponernos en su
lugar y atisbar el propósito de sus acciones. Es vivir en el mismo
mundo, sometidos a los mismos estímulos, lo que permite la
socialización, por eso la potencial fragmentación del mundo percibido es
un peligro para la vida colectiva. El mundo físico no se fragmenta,
pero estamos ante las primeras generaciones que lo perciben mediado por
tecnología y esa mediación, tan adaptada y personalizable, si que lo
hace.
En los tiempos de los medios de comunicación de masas ya teníamos
visiones del mundo diferenciadas, pero no individualizadas, en tres o
cuatro opciones, como mucho, nos encajábamos todos. Además lo intrusivo
de la mediación a través de la lectura o aparatos grandes y (obviamente)
complejos como teles o radios, utilizadas además en familia, no
generaban esa extrañeza que sí produce alguien hablando solo por la
calle (hasta que descubres que habla por teléfono con unos auriculares
casi imperceptibles).
Cuando televisión española dejó de ser un monopolio y comenzó a
multiplicarse la oferta televisiva ya notamos que las conversaciones en
el instituto eran diferentes, ya no todos habíamos visto la misma
película. Esa diversificación cultural, con todo lo que tiene de bueno,
ha continuado haciéndose más profunda hasta el límite último, la
individualización total. El consumo de productos culturales, las ofertas
de anunciantes, los resultados de las búsquedas en la red, todo.
Nuestra percepción del mundo está personalizada por esa interfaz
tecnológica individual, portátil y sutil a la que es imposible
sustraerse.
Estas ideas me las ha disparado la extrañeza al ver (en twitter) una
foto de alguien con sus gafas de realidad virtual. Después de
escribirlas pienso, no sin preocupación, que los votantes de ciertas
opciones me producen la misma extrañeza. De alguna manera siento que
viven en un mundo tan diferente al mío que se hace difícil empatizar.
PS. Dos días después de escribir esto tenía el examen con mis estudiantes de medicina y me llamó la atención que en la concentración del momento también hacían gestos y hasta alguno movía las manos, viviendo en el mundo interior de la resolución de los problemas. Otra de esas situaciones en las que alguien que está físicamente cerca, en realidad, está lejísimos.
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La foto la he tomado de aquí, y al buscar en google me ha llamado la atención que la mayoría de las fotos incluyen una cierta representación de lo que ve el sujeto (una pantalla, un objeto o algo) de forma que no parezca tan absurda su postura. Parece que esa extrañeza que comentaba es muy general y en muchas ilustraciones se buscan estrategias para mitigarla.