Dice el periodista, con su habitual tono de superioridad moral, que la noticia se comenta sola y que le hemos dedicado más tiempo del que merece (1). Discrepo. Que políticos de todo el arco parlamentario hagan legalmente uso de unas ayudas pensadas para personas vulnerables no siéndolo, no se juzga de manera obvia. Lo que pretendía decir el periodista es que la inmoralidad de tres personas concretas es evidente, y con ese reconocimiento acaba todo análisis. A mi, en cambio, el tema me sugiere, al menos, tres preguntas:
- ¿Por qué la tramitación de las ayudas permite que sea legal lo que nos resulta (obviamente) inmoral?
- ¿Es la inmoralidad algo extendido entre la “clase” política pero no entre el resto de la ciudadanía?
- ¿De verdad vivimos en un mundo de personas moralmente intachables y con señalar a las manzanas podridas tenemos resuelto el problema?
Y de la reflexión sobre ellas saco una idea totalmente distinta de la del periodista. Los gestores de lo público establecen unas ayudas perfectamente bienintencionadas, pero en un mundo complejo y burocratizado la gestión de este tipo de ayudas es difícil y requiere de un conocimiento no despreciable. Por eso las ayudas conocidas como “renta básica” no llegan, por que los potenciales perceptores son incapaces de acceder al conocimiento de la existencia y capacidad tramitadora como para conseguirlas. Ese conocimiento sí que lo tienen esas personas que han trabajado en el diseño de las ayudas, bien a favor, bien en contra, todos han estado en el ajo. Por eso saben que las hay, que tienen derecho (legal) y las solicitan sin dificultad.
Leía en twitter a un experto en trabajo social temer por un refuerzo de los controles burocráticos para intentar impedir casos como estos. Su argumentación es que causaría aún más dificultad en quienes sí las necesitan sin que el efecto global, más allá del propagandístico, fuera apreciable. ¿Qué preferimos, falsos positivos o falsos negativos? (errores de tipo 1 o de tipo 2), ¿”ricos” con ayuda o “pobres” sin ayuda? Por que eso es lo que se modula con el nivel de complejidad burocrática.
No creo que el colectivo de personas dedicadas a la política constituyan una “clase” salvo, quizá, en alguna acepción matemática de la palabra. Son seres humanos como el resto de la comunidad que los elige. Se saltan las limitaciones de velocidad en la carretera y, a veces, pagan servicios sin iva igual que sus votantes. No se trata de manzanas lustrosas con alguna podrida de vez en cuando, sino de manzanas reales, todas con sus defectillos. Y eso tanto entre los elegidos como entre los electores.
De todo el incidente de las ayudas cobradas por perceptores inadecuados lo que me parece más relevante es tomar conciencia de la dificultad técnica de gobernar, la complejidad de implementar procedimientos para que la tramitación de las cosas (ayudas, permisos o lo que sea) resulte ágil, eficaz y justa.
Además, en el imaginario colectivo tenemos la idea de los funcionarios ineptos que pintaba Forges (2), la sensación de ineficiencia de las administraciones públicas, que deben seguir adelgazándose permanentemente. Esa imagen no se corresponde con la realidad. Aunque todos conozcamos un cuñao funcionario que sí encaja en el estereotipo, no es ni de lejos la realidad global.
En resumen, lo que me sugiere el incidente es la necesidad de unas ciencias de la administración pública que avancen en la calidad técnica de los procedimientos de gestión y una administración pública con más funcionarios y mejor formados en esa ciencia. No eran tres manzanas podridas, es un huerto muy abandonado que habría que sanear.
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Notas
(1) Un par de enlaces a la noticia: Contexto, Última Hora
(2)