Recupero aquí un texto que escribí el 24 de marzo de 2019 y que se me quedó traspapelado sin publicar.
Dos fotos publicadas en instagram con fechas y leyendas:
4 de marzo de 2017 -- "Un triángulo naranja en el techo"
5 de marzo de 2019 -- "Hopper sin señora"
Hoy (23 de marzo de 2019) estoy, igual que hace dos años, pasando tiempo en el hospital universitario Puerta de Hierro de Majadahonda acompañando a mi padre ingresado. Entonces fue por una gripe A de la que salió muy bien, con una extensa medicación muy bien ajustada que le ha dado un par de años de una calidad de vida más que razonable. Ahora estamos con un panorama de mucho peor pronóstico.
El vestíbulo de entrada de este hospital es un lugar grandioso. Un espacio muy grande, muy alto, muy blanco, muy luminoso y muy bonito. El techo de ese vestíbulo está diseñado como un enorme lucernario en el que hay una batería de ventanucos separados por unos parapetos blancos que difunden la luz que entra. Parapetos y ventanucos que van a morir en una pared naranja en el lado opuesto a las puertas de entrada. Allí en el techo se encuentran ventanucos mirando al cielo, parapetos blancos y pared naranja. Un rincón que iluminado por el sol me resulta precioso. A primera hora (hacia las 9) el sol dibuja un triángulo equilátero en la pared naranja, a medida que va pasando la mañana el triángulo se estira, pasa por isósceles en algún punto. Más tarde, con el sol casi perpendicular sobre los ventanucos el triángulo se convierte en rectángulo cuando los dos parapetos blancos proyectan su sombra sobre el naranja. Entonces la luz llega al suelo, que se cubre de charquitos de luz regularmente espaciados.
De todo ese ballet de luces sobras y colores, que se repite a diario con levísimas variaciones, parece que el momento que más me ha llamado la atención es el del triángulo alargado. Me ocurrió hace dos años y me ha vuelto a ocurrir hace unos días, sin recordar que esa foto, casi idéntica, la había hecho y publicado ya. Es curioso, por cierto, que el tiempo que separa ambas fotos sea tan redondo: dos años y un día. En todo caso dos días luminosos de final del invierno, apuntando ya al comienzo de la primavera.
La primera es la foto 174 del proyecto, todavía no tenía un año la cuenta (1). La segunda es la 529. En el tiempo intermedio me he aburrido de efectos (que al principio experimentaba) e incluso de filtros, que apenas uso y siempre de entre dos o tres posibilidades. Seguramente la primera foto usa un filtro que apaga un poco el azul del cielo, mientas que en la segunda es muy rotundo. La primera me gustó de una forma más primaria, el triángulo de sol en la pared naranja es el elemento singular que sirvió de título, en cambio la segunda me produjo una impresión más global, me recordó un cuadro de Hopper, ese en el que una señora sentada en la cama recibe en el rostro el sol de la mañana (quizá del atardecer, pero en mi cabeza siempre fue de la mañana). En la escena falta la señora, además está totalmente vuelta al revés, pero no deja de ser un triedro con un plano azul (que envía una luz dura) uno blanco y uno naranja que la reciben. Ahora que busco el cuadro de Hopper veo que su naranja es mucho menos brillante, más marrón, pero reconocible. La disposición de los planos también es diferente, si aplicamos la regla de la mano derecha en el de Hopper, y vamos del azul al naranja nos sale el blanco, en el mío la dirección del blanco es la opuesta. Una diferencia muy friki que no se aprecia a golpe de vista.
A pesar de poder encontrar todas esas diferencias, son muchas más las similitudes. Estando en el vestíbulo del hospital hay muchas fotos que hacer (de hecho hay varias más en el instagram), y me resulta muy llamativo que haya ido a caer en la misma, casi idéntica, sin recordarla. Llamativo pero no sorprendente. Aunque no tengamos pruebas de la unidad del individuo, aunque nuestra conciencia tenga que reconstruirnos cada mañana después de dormir, como dice Xurxo en sus charlas, algo hay que nos hace una persona, la misma ayer que hoy. Comprobar que esa unidad se mantiene en tiempos largos y más allá del esfuerzo personal que hacemos por mantenerla sienta bien, produce una extraña satisfacción filosófica. Entre esos dos puntos, en el mismo espacio y separados en el tiempo por dos años y un día, se puede trazar una línea que de alguna forma soy yo.
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(1) Mi cuenta de Instagram la abrí el 30 de abril de 2016, con una foto de la estación de metro de Sevilla, como una declaración de intenciones. Recuerdo muy bien que iba de casa de mis suegros al congreso de los diputados, a comprar unas ediciones facsímiles de la constitución española. Era un encargo de mi padre que quería regalarle una, dedicada, a cada uno de sus hijos y de sus nietos. En esas ediciones aparecen las hojas de firmas en las que estamparon la suya todos los parlamentarios de las cortes constituyentes, entre ellos él mismo. Por eso tenía que ser esa edición, una que además de la obra realizada (el texto de la constitución) incluye las firmas de los autores. Una obra colectiva en la que participó con mucha ilusión y que, visto desde el final de la vida, considera la principal obra de su vida.