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lunes, 7 de enero de 2019

La pospolítica de la posverdad

“Que no me vengan a mí con estadísticas” dice un político estos días. Sólo faltaba que la realidad pudiera quitar lustre a mis ideas. Ya no se trata de tener valoraciones y opiniones distintas sobre los hechos, sino de tener hechos alternativos. ¿Por qué no? ¡Que llamen a los filósofos! ¿De verdad hay hechos incontrovertibles? Aún más ¿Existe siquiera una realidad exterior a mi mente? Pues si no me puedes asegurar de manera definitiva la objetividad, mi fascismo no tiene contestación.

El pensamiento posmoderno le ha quitado la faja a los cerebros más morbosamente antisociales y ahí andan, haciendo pandilla, reforzándose mutuamente y marcando el tema de conversación de todos.

«En este Gobierno, la niña será princesa y el niño será príncipe. Nadie va a impedirnos que llamemos a las niñas princesas y a los niños príncipes. Vamos a acabar con el abuso del adoctrinamiento ideológico» dice otro político (1, 2). ¿Por qué causan furor declaraciones como estas? Parece que la realidad se ha vuelto demasiado líquida, hay Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales, Intersexuales, etc. Lo peor de todo el “etc.”, esto es un sindiós en el que no hay manera de aclararse. ¿De verdad la realidad ha de ser tan líquida, tan complicada? Parece que hay quien ha encontrado la solución, era tan simple como usar los colores adecuados en el vestuario infantil: “Atención, atención. Comienza una nueva era. Los niños visten de azul, las niñas de rosa”.

Parece que los tertulianos (de ciertas tertulias, claro) no esperaban esta deriva de la posmodernidad y recurren a un supuesto poder adoctrinador infinito de las redes sociales para explicársela. Yo lo veo más sencillo, a la par qué más sistémico y mucho más peligroso: este neofascismo mundial inventa puertos seguros para ayudarse a navegar una realidad “demasiado líquida”.